La magia del ashtanga yoga (y de la escritura)


 Supongo que te habrás dado cuenta, pero nuestras vidas son caóticas, llenas de altibajos y con miles de incongruencias. Si las imaginamos como un libro, tenemos capítulos sin terminar, con tachones, párrafos infames que hemos subrayados miles de veces, arcos argumentales sin resolver, y también mucha poesía de singular belleza. Nuestra narración puede ir sobre fantasía épica y al cabo de un rato cambiar a terror para después pasar al romanticismo y seguidamente al ensayo más realista y aburrido. 

Las personas somos impredecibles y llenas de sorpresas, y nuestros diarios vivenciales también. 

Cuando quiero escribir sobre asuntos muy profundos e íntimos me ayuda hacer una narración en tercera persona. Invento una protagonista, la doto de problemas y obstaculos, la ánimo a investigar en su laberinto de incertidumbre y a explorarse a sí misma con el objetivo de reconocerse, de encontrarse y reconciliarse. De esta manera consigo dar coherencia a una narrativa que en mi realidad resulta imposible.

Llevo tiempo queriendo explicarte porque el método Ashtanga Yoga es tan poderoso y como me ayuda a entenderme y reconocerme. Pero de alguna manera las palabras no consiguen fluir , aunque el sentimiento y el concepto están claros en mi cabeza. 

Decirte que practicar Ashtanga Yoga sana por dentro y por fuera, libera de bloqueos, da enfoque, ayuda con la fuerza y la flexibilidad (tanto física como mental), da perspectiva, te enseña a aceptarte, es una práctica vigorosa, te muestra la disciplina y la humildad, te hace compasiva, te aporta amor y bienestar, es segura y fiable, te da disciplina y determinación, te... Es quedarme corta...

Pero resulta que llevo varias semanas escribiendo un manuscrito muy personal e íntimo, titulado: Presencia.

Mi protagonista, a la cual ya le escribí un libro hace años para comprender porque tuvo que irse de su ciudad natal y encontrarse a sí misma en una aldea gallega (si me conoces un poco te sonará esta historia), está experimentando una nueva catarsis en su vida y necesita encontrar perspectiva y presencia en las pequeñas cosas diarias.  A continuación comparto contigo un fragmento de como yo, en un papel más alejado de mí misma, describo las emociones de Amanda cuando practica Ashtanga Yoga. 

Espero que te guste.

(...) 

Lo que le cautiva de esta manera de practicar yoga es que cada día tiene que hacer las mismas posturas, en el mismo orden, sin dilación, de cinco a seis días a la semana. Esa disciplina inflexible está muy de acorde con su energía obstinada. Pero, sin darse casi cuenta, misteriosamente esa práctica tan férrea está despertando sutilmente nuevos estados de conciencia. A través de la repetición diaria encuentra calmados silencios y armonía en los huecos oscuros de su vacío existencial. Le da una perspectiva distinta de todo lo que alberga en su interior, y las fluctuaciones de la mente, que despiertan emociones enquistadas, comienzan a ser más suaves sin tantas subidas y bajadas. Más armónicas y reales. La verdad y la realidad realizan un baile sensual sereno y que la llena de algo intangible y a la vez muy perceptible. Se reconoce en cada aliento y en cada movimiento. Sabe que lo que hay allí es ella, con toda la imperfección y la grandeza que posee. Se mueve, unos días ligera y otros pesada, en la sutil línea entre la oscuridad y la luz. 

Los primeros saludos al sol son pesados y el muslo se resiente. Nota la respiración tensa en el fondo de la garganta. Pero sigue adelante.

Ve por partes y no te apresures, se dice en voz queda.

Tras los saludos al sol comienza la secuencia de posturas de pie. No tiene equilibrio, cae cuando debe permanecer estable, no consigue focalizar la atención. Mira cada dos segundos hacia Terra para que ella sea la excusa perfecta para abandonar. Pero la peluda está dormitando en su camita bañada por los rayos del sol que se cuelan por la ventana. Sigue. Al llegar a la secuencia de las posturas sentada, decide que no puede retorcerse más sobre sí misma. Es demasiado intenso. Sentirse en toda su extensión, por delante y por detrás, dentro y fuera, observar cómo se mueve su cuerpo lleno de toxinas es demasiado.

Amanda se da cuenta que tenía que haber hecho una práctica de yoga más suave, más restaurativa, más yin. Pero esa ansía por quererse limpiar y desintoxicar lo más rápidamente posible no le permite el estado de presencia que necesita el yoga para hacer su magia. Perspectiva errada de una misma. Siempre es así. El yoga es su bofetada diaria.

¿Por qué he dejado de correr si le proporciona más seguridad a mi ego?, se pregunta abrazada a las rodillas.

La herida del muslo le recuerda la caída en la fiesta literaria. La cicatriz aún está roja y palpitante y las fibras de alrededor no se han acabado de restaurar. Lleva cuatro meses con esto y no acaba de curar.

Termina la práctica de yoga con unas posturas suaves dejando que toda la musculatura de su cuerpo se relaje lo máximo posible. Abandonarse en la postura sin hacer ningún esfuerzo, tan solo respirar. Ese es el estiramiento más exhausto de todos. La no acción puede resultar muy difícil, pero esta quietud es totalmente necesaria para Amanda. Ella lo sabe. Aunque se resista.

Aceptarse en el momento presente reside la mayor sabiduría. Eso dicen los libros de sabios que tanto le gusta consultar a Amanda. Y en la sabiduría reside precisamente esa aceptación sin dramatizar, aceptando el ritmo estacional alternado de la naturaleza, aceptando el día y la noche, aceptando la vida y la muerte, aceptando lo que se es. La aceptación sabia otorga serenidad y luz en tiempos oscuros garantizando que los logros pueden ser asequibles. Incluso para Amanda.

 (...)

Si quieres leer más fragmentos de Presencia puedes hacerlo pinchando en la imagen


Y si quieres aprender Ashtanga Yoga desde cero conmigo tienes la información aquí

 


o bien practicar bajo mi guía los lunes y los miércoles, más información la pestaña Yoga en diciembre



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